Érase una vez un niño al que alguien le regaló unos gusanos de seda.
Ensimismado por tener un ecosistema animal en una caja de zapatos, pasaba las horas viendo cómo devoraban las hojas de morera; los cambiaba de sitio, los miraba, los comparaba e incluso se los ponía encima para ver cómo andaban por su piel.
En aquel tiempo no había muchas de las cosas de las que hoy existen, no había internet ni televisión de pago. Saber inglés no era tan importante y el euro era solo el proyecto utópico de unos locos políticos . Tampoco había ciclogénesis explosivas. A los profesores se les hablaba de usted y el universo conocido se limitaba a treinta o cincuenta quilómetros para casi todos los niños.
El niño, uno más entre todos, vivió la revolución de los gusanos de seda entre los de su edad- que todo tiene su edad- y experimentó por primera vez, sin darse cuenta, lo que es un mercado. En este caso el mercado de los gusanos de seda.
Cuando se es niño todo se hace por instinto; te comportas tal como te dicta tu genética. A este niño, a los pocos días de atesorar su caja de gusanos de seda y ver las de sus amigos, le “hizo un clic” su mente y vio una oportunidad de negocio en la venta de hoja de morera envasada. Rápidamente comentó su idea a sus mejores amigos, como si de un secreto se tratara y les presentó la idea uno a uno bajo el nombre de “Gusan Gusan”. Iba a ser todo un éxito gracias a la colaboración de todos; sabía que solo no podría.
Se trataba de aprovechar el momento. Sin saber cómo, insisto, y preguntando a todo aquel que se le pasaba por delante, el niño organizó todo; localización de la materia prima, punto de venta, los formatos disponibles, el precio de venta…
El precio de venta fue puro instinto. Valoró el coste del envase y lo que el cliente estuviera dispuesto a pagar. Un precio tal, que mereciera la pena el desembolso y no fuera de mucho pensar. Así pues, estableció el producto estrella en 25 pesetas, que era una bolsa transparente donde cabían un par de puñados de hojas frescas, y otra bolsa de mayor tamaño que costaba el doble, con el doble de cantidad. Se las compraron a un vendedor del propio mercado y el “mostrador” lo improvisaron con tabales de fruta vacíos que pedían prestados a los fruteros.
El punto de venta era la plaza (mercado) de abastos que estaba detrás de su colegio, en la entrada de más tránsito; el emplazamiento perfecto en una época en la que tener un puesto en la plaza era garantía ya no de éxito, sino de fortuna en muchos casos. ¿La hora?: después del colegio, a las 12:30 los días entre semana (los compañeros se iban normalmente a sus pueblos el fin de semana). Disponían, por tanto, de una hora escasa para hacer su caja en un horario en el que las madres ya tenían la compra hecha.
Fue un éxito, ganaron más de ochocientas pesetas cada uno, una fortuna para unos niños de diez años.
Pero como el promotor de la idea quiso repartir a partes iguales los beneficios que él custodiaba en casa, se le planteó la primera decisión difícil de lo que sería su vida profesional:
¿Debía pagar a uno de los integrantes del equipo que no había hecho casi nada porque estuvo mucho tiempo enfermo? Solo le pagó 200 pesetas a pesar de que era su mejor amigo. Si se había colaborado al 100% se cobraba todo, si no, la proporción.
En el transcurso del negocio, que duró unos quince días, el niño halló y vivió otras muchas situaciones. Descubrió, por ejemplo, que a otro ya se le había ocurrido la idea y la explotaba en el mercado de abastos de más afluencia de la ciudad, faltando a clase. También que la agresividad en los negocios existe; recibió una pedrada en la espalda de su competidor para que desistiera de sus intenciones, intimidándolo para que le dejara las dos plazas libres y, sobre todo, porque vendía el doble de caro que él.
¡Usó la logística!, mucho antes de saber lo que era y cómo se llamaba; sin tener producto fresco localizado no podía vender, sin espacio disponible en el frigorífico no podía almacenar el género un par de días, sin tabales de frutas vacíos no podía exponer el producto, sin bolsas no podía empaquetar…
También aprendió que la clave de todo negocio se basa en tener un gran conocimiento del producto, del mercado y del cliente, y que todo esto es necesario para desarrollar ideas de negocio. Y que, aún con todo lo anterior, había otros niños que no detectaban necesidades y cómo suplirlas.
Sin saber por qué presentó las ideas con un análisis y un estudio previo, transmitiéndolas con entusiasmo, haciendo partícipes a los demás del proyecto. Que uno solo no puede, pero con más, sí.
Se dio cuenta de que la presentación del producto es fundamental porque vendía mejor las bolsas limpias y con producto fresco. Que transmitir organización, orden, limpieza y educación es básico. Y para transmitir algo, tiene que existir.
Una pop-up store con todas las de la ley…
Este es un artículo que hacía tiempo me rondaba la cabeza y que, gracias a la lectura del siguiente artículo de Sabina Serrano, ¿Qué fue antes la experiencia o la habilidad?, he tenido a bien desarrollar y compartir. Gracias Sabina.
Nos obcecamos con “el talento”, con la “ausencia de talento”, talento por aquí, talento por allí… y se le da un significado que muchas veces no todo el mundo entiende. Atendiendo a la RAE, tenemos tres definiciones válidas: inteligencia (capacidad de entender), aptitud (capacidad para el desempeño de una tarea u ocupación) y una tercera que se explica como una persona inteligente o apta para determinada ocupación.
Cuando veo a grupos de niños con puestecitos en verano, vendiendo desde pulseras hasta “conchas selectas” además de juego, sin ser un experto, veo talento. Y fijándome en quien lleva la voz cantante, imagino a un futuro responsable de tienda, jefe de sector o jefe de ventas y pienso: “esta es su vida, esta es su pasión; es un juego y siempre lo será”. Compro algo para analizar y preguntar… y me marcho deseándole en mi pensamiento que por el camino que tiene que vivir, si lo apedrean, tenga las fuerzas necesarias para no desviarse; para que no maten su juego. La vida, la empresa, las personas, complicarán ese juego hasta extremos que no imaginan, unas veces de manera apasionante, y otras no tanto.
Todos los integrantes del equipo de “Gusan Gusan”, del que seguí su evolución, han desarrollado su talento comercial de una u otra forma. Finalmente, en el caso de dos de ellos, como hobby, reportándole a veces incluso más beneficios que en su trabajo habitual.¿Casualidad?
Hay quien no entiende que me alegre de los logros de los demás, pero lo hago sinceramente cuando veo gente que se encuentra con la profesión y la vocación de tendero ya talludo, unas veces como forma de ganarse la vida, otras sin saber por qué. Comprendo a quienes, en la natural y lógica postura de tener trabajo, sortean los procesos de selección y comienzan aprendiendo el oficio hasta que, sin que nadie se entere, “encuentren algo de lo suyo”. En cierto modo, me llaman la atención los que, sencillamente, les da igual estar allí o aquí, siempre y cuando cobren…
…que todos somos humanos. Y muchos, grandes actores…
Los expertos pronostican que gran parte del éxito de las empresas radica en la pasión de sus empleados: Google triunfó con las dos horas semanales que daba a sus programadores para hacer “lo que quisieran”.
Hay puestos y puestos, empresas y empresas… de todo hay en la viña del Señor. Quizás nos sobra saber y nos falta humildad; la suficiente como para reconocer que si un gigante como Google acierta encontrando la vocación de sus empleados en primer lugar y despertándola después, tal vez no está equivocado y tenemos que estudiar, analizar y copiar cómo lo hace. Cómo lo hace para que “el clic” surja, qué entorno crea desde el mismo momento de la selección de personal o incluso antes, para permitir que las personas abracen sus habilidades. La humildad suficiente como para plantearnos si lo estamos haciendo bien, cambiar, evolucionar e implantarlo como filosofía de empresa y por qué no, de estilo vida.
Sí, el creador de “Gusan Gusan” era yo. Los tres amigos seguimos manteniendo el contacto y nuestra historia, forma parte de esas realidades del día a día que a veces pasan desapercibidas.
Muy bueno ;-).
Fantástico, Jaime. La historia es encantadora, pero lo valioso es cómo has vuelto la vista atrás. cómo has releído aquella experiencia y cómo la cuentas hoy. Muy bueno, en serio.
Muchas gracias, todo un honor.
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